Web José Vílchez Terrón

01 marzo de 1959

Anécdotas del periodo militar

1). En la Escuela de paracaidismo de Alcantarilla había saltado siete veces del avión, pero todas ellas sin armamento.

En Alcalá de Henares hicimos el primer salto con armamento, consistía en un mosquetón, este día ocurrió lo siguiente: fui a saltar del avión y al salir por la puerta, la parte del cañón del mosquetón se topó con la parte alta del marco de la puerta y quedé tumbado en el suelo del avión, la mitad del cuerpo estaba dentro del avión y la otra mitad en el aire. Jaime Rivas, el paracaidista que venía detrás de mí, no se lo pensó dos veces, me cogió por los pies y me empujó hacia fuera.

Yo me vi en el aire un poco enredado entre los cordones del paracaídas, pero todo salió bien y tomé tierra con normalidad. Gracias Jaime por este empujón.

Muchos años después nos vimos en Hospitalet de Llobregat, él tenía una tienda de frutas y yo ya tenía la tienda de electrodomésticos.

* * *

2). Mas o menos por esas fechas participamos en unas maniobras en Fuentidueña del Tajo (creo que se llama así este pueblo) Salte del avión y fui a caer en una viña. Cuando me desenredé del paracaídas y fui a buscar el bazoka, una cortina de humo me ahogaba, yo no podía respirar y salí corriendo en dirección contraria del viento. Cuando me vi libre del humo, me vio el teniente y me dijo:

—¿Qué haces corriendo en dirección contraria? Allí a ha caído el bazoka, cógelo y únete a nosotros.

—Espere un momento que respire.

—Ese momento no existe, rápido aquí con el bazoka.

Me uní a mi unidad y cuando cruzamos el puente sobre el río Tajo, un tableteo de ametralladoras nos puso los pelos de punta, era fuego real. Según dijeron mas tarde, eran los que protegían el puente.

El pueblo estaba totalmente desierto, las puertas de las casas todas abiertas, también las ventanas. El alcalde había dado orden de que lo hicieran así y se fueran todos los habitantes al monte. Poco a poco la gente del pueblo fue bajando, mientras nosotros comíamos tranquilamente.

Nota: La patrulla de balizaje; esta patrulla saltó antes y tenía la misión de señalar el campo donde saltaríamos nosotros.

* * *

3). En el Aeropuerto de Gando de Gran Canaria, en aquellos años 1959, siempre había una compañía de paracaidistas preparada para saltar en África en cualquier momento. Cuando mi compañía estuvo allí destacada, el Capitán Polavieja me eligió a mi como estafeta. Mi misión consistía en llevar el correo y otros servicios desde la Bandera a la compañía y viceversa.

Un día llevé a mi compañía (6ª) cuatro cristales para unas ventanas. Al bajarme del camión, uno de ellos se me rompió sin saber cómo, yo no le di golpe y el cristal se rasgó por un trozo. El teniente De Miguel me preguntó:

—¿Cómo se te ha roto el cristal?

—Al bajarme del camión le ha dado un aire y se ha rasgado este trozo.

—¿Qué dices…?

—Que le ha dado un aire y se ha roto.

—A los otros también les dio el aire… ¿Cómo no se han roto?

—No sé, eso es así.

—Bueno… bueno… Está bien eso del aire…

Dijo eso y se fue riendo. Cuando yo fui a darle la novedad al bar de los oficiales, antes de irme para Las Palmas, me cuadré y le dije:

—A la orden mi teniente, sin novedad, si no ordena otra cosa me marcho para Las Palmas.

—Si, quiero que les demuestres, a mis compañeros oficiales aquí presentes, eso del aire que rompe los cristales.

En el local estaban todos los oficiales, salvo los dos coroneles.

—Ahora mismo:

Cogí cinco ceniceros de las mesas y los puse todos en una, dije:

—Ven estos ceniceros, todos están en la misma mesa, pues bien, a uno le da el aire y se rompe y a los otros cuatro no les pasa nada.

—No se ha roto ninguno —dijo De Miguel.

—Eso es verdad, pero se podía haber roto si le hubiese dado el aire.

Todos los oficiales se echaron a reír a carcajadas y yo, un poco… de aquella manera, pedí permiso para irme a la Capital.

—Puedes marcharte y ten cuidado con el aire —dijo De Miguel.

Nota: Mi hijo Pepe en la actualidad es cristalero y me dice:

—Algunos cristales tienen defecto y, al ir a cortarlos, se rasgan por donde quieren, tienen un pelo.

Esto es lo que dice mi hijo. Mi madre decía lo del aire, por eso yo lo dije tan convencido.

* * *

4) Un día mi amigo Cano me dijo:

—José, a unos cuantos de los veteranos que se licencian les van a dar el carnet de paracaidista internacional, yo voy a conseguir uno para mí.

—¡No me digas…! Si solo se lo dan a muy contadas personas y al licenciarse.

—Ya verás como lo consigo.

—Yo quiero otro para mí…, ¿es eso posible?

—Dame una foto y lo tendrás en unos días.

A los tres días ya tenía ese, apetecible, carnet en mi bolsillo.

Mi amigo Cano era el que estaba en la oficina de mando, metió los dos carnet nuestros en medio de los otros de los veteranos y el comandante los firmo todos, sin mirar de quién eran ni cuantos había.

* * *

5) Yo iba vestido de paracaidista de Granada a Sevilla. Pensé que me saldría mas barato si alguien me llevaba. Me puse en la carretera y el primer camión que pasó, le puse la mano; el paró y me dijo:

—¿Qué desea?

—¿Va para Sevilla?

— Sí, así es.

—¿Me puede llevar hasta allí?

—Suba.

Me subí al camión a su lado. Cuando íbamos cerca de Loja, nos paró la pareja de la guardia civil.

—Documentación por favor.

Le hice un gesto al conductor para que no enseñara nada, yo le alargué al guardia el carnet de paracaidista internacional, los dos guardias leyeron un momento, se cuadraron y, con un saludo militar, nos desearon buen viaje. Cuando nos alejamos, el conductor del camión me dijo:

—¿Qué es eso que les has enseñado y que tan buenos resultados ha dado?

—Es un carnet de paracaidista internacional, en el mismo dice en seis idiomas lo siguiente:

Se ruega a las autoridades, tanto civiles como militares, se sirvan prestar su ayuda y asistencia al portador del presente título.

—¡Falta me hace a mí algo así para que no me denuncien!

* * *

6) En Alcalá de Henares me dieron el título de tirador selecto. Durante el viaje a las Palmas nos recogieron los fusiles y después nos dieron otros. El capitán de mi compañía me dijo:

—Vamos a formar unas patrullas especiales y comenzaran los entrenamientos en breve, quiero que tú participes.

—De acuerdo.

A los pocos días comenzaron los entrenamientos y fuimos al campo de tiro.

—Dispara cinco tiros sobre aquel blanco.

Hice los cinco disparos. Cuando el capitán fue a comprobar el blanco no había ni un solo disparo dentro de la diana, ni siquiera dentro del panel. Vino y me dijo con enfado:

—¡No quieres participar en la patrulla! ¿Verdad?

—No, mi capitán, es que desde que me han cambiado el fusil no doy ni una, deme otro fusil y verá como todo va bien.

—¡Si no quieres, pues no estés… márchate!

Me fui y nunca más se volvió a hablar de este asunto.

José Vílchez Terrón

1958 - José haciendo guardia

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