10 abril de 1960
El amor y la ausencia
Dicen que hay una flor que quita males de ausencia, yo no quiero plantas ni flores, lo que quiero es que vuelvas.
Tu Carmencita que te quiere.
¿Dónde le buscó? Ha sido una de las cosas que más me ha gustado y que con más cariño conservo. ¿Quién pone en duda que volveré? ¿Cuándo…? ¿Como…? No sé; pero, si Dios no dispone otra cosa, he de volver a mi querido pueblo, al lado de mi Carmencita y hermanos.
¡Carmencita…! Siento una gran satisfacción al pronunciar este nombre; la imagen de una mujer (te he llamado mujer) toma posesión en mi imaginación, anulando por completo otro cualquier pensamiento o imagen que pudiera estorbar nuestro idilio. ¡Es bello hablar a tan larga distancia! ¿Verdad que sí? Aunque mucho más bonito sería con los ojos del uno reflejados en los del otro; cualquier muesca del uno es suficiente para que la felicidad nos llene por completo.
Antes te llamé “mujer” ¡Que significa esto? Siempre te consideré una niña, pero la cosa ha cambiado con los años, y ahora mi actuación se limita a recrearme en lo que considero casi perfecto, obra acabada que por sí sola puede dar frutos exquisitos. ¿Se podría torcer esta formación y hacer que los frutos no fuesen tan buenos? En partes sí, pero para ello se necesitaría un conocimiento perfecto de los puntos vulnerables de la edificación, y un tiempo más largo del que se puede sospechar. Lo que se edifica sobre arena pronto se derriba, por el contrario, lo que se edifica sobre roca es más costoso edificarlo, pero una vez terminado el edificio, su derrumbamiento es de esperar que no ocurra nunca; y si acaso, muy tarde si es que se abandona por completo y no se retoca.
Comencé a tomar fama de algo raro en el pueblo. ¿Qué me pasaba? Me acercaba a las muchachas, les hablaba y…, unas un día, otras un mes y la que más seis meses; el caso es que yo no paraba en ninguna parte. ¿De quién era la culpa? De nadie, unas no me dejaban, otras no me gustaban sus condiciones, y por último, otra, no me dejaba hablar ni una sola palabra; tomé empeño por ella, todo inútil, me acercaba y de inmediato salía corriendo y se encerraba en su casa. Así que, a pesar de parecerme una buena muchacha y de sentimientos nobles, tuve que desistir de mi empeño por falta de medios. ¿Qué le pasaba? Aún no he tenido ocasión de preguntárselo, tal vez le resultaba repugnante mi presencia y esto debe ser suficiente.
Un alto en el camino; seis meses sin acercarme a ninguna muchacha, y al final mi Carmencita a la vista que aún no había cumplido los 16 años. ¿Como…? ¿Cuándo y por qué? No es preciso investigar tanto; encontré lo que buscaba y lo que tantas veces le había pedido a Dios. Esta es la promotora de que yo más de una vez sueñe despierto y los sueños los lleve al papel con el fin de recrearme cada vez que lo desee, y ella también, si así lo desea.
Tu José que te quiere.

1957 José, en el hospital militar de la isla de Gran Canaria añorando a su Carmencita
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