04 febrero de 1961
Mi hermano Manuel se confiesa
Estamos en la calle Martínez de la Rosa en Barcelona, son las 17,15h de la tarde y el relato comienza así:
Voy a intentar relatar una tarde en la cual me encontraba en el mismo asiento que hoy ocupo haciendo unos números. Llegó mi hermano Manuel y cogiendo papel, se sentó frente a mí y se dispuso a escribir al otro hermano mayor llamado Diego, el cual reside en Dúrcal. Se puso a escribir y cuando había escrito el encabezamiento de la carta, soltó la pluma y, como el que se decide a saltar de un avión en marcha, me miró y dijo:
—He decidido no casarme.
Esto debió haber estado en su cabeza bastante tiempo y decirlo debió costarle. Sus palabras fueron cortantes y sin dar lugar a dudas, por lo cual, me limité a decirle.
—Bueno…, —y seguí escribiendo como si nada me hubiese dicho; deseaba que por sí mismo y sin preguntarle dijera lo que tuviera que decir.
—Ya se lo dije a Carmela.
—Le darías algunas razones.
—Claro está, las mismas por las que he decidido cambiar por completo en lo referente a mi futuro. Tú puedes hacer lo que quieras… Si quieres, te vas al pueblo y si no, te quedas; yo nada necesito, puedes disponer del dinero como quieras y contando con que eres tú solo.
Todo esto lo dijo seguido y yo lo escuché tranquilo, o mejor dicho, aparentando la mayor tranquilidad posible, aunque no sé si lo logré por completo. Le pregunté:
—¿Piensas irte a alguna parte o lo haces por la obra del Centro de Sans?
—Así es, no me marcho, lo hago por esta obra. Ahora tengo el compromiso con Gutiérrez; le haré el taxi, para lo cual pediré la excedencia en la policía.
—Dile a Diego que no mande más dinero por ahora —fue lo último que le dije y así lo puso en la carta.
Esto es lo que hablamos mi hermano y yo referente a su entrega a Dios por amor a los hombres.
Manuel Vílchez Terrón, el hombre de la soberbia ilimitada, el hombre de hirviente sangre que, con ansias sin igual, deseaba casarse para gozar del placer de la carne y criar hijos robustos y fuertes que fueran modelo de constitución física; el asunto moral entonces quedaba en un segundo plano. ¡Este Vílchez!, modelo de soberbia, ha dado su primer paso hacia la santidad y para ello ha renunciado a las dos cosas que más ambicionaba. Esto es una cosa casi inexplicable, si se mira con los ojos del mundo. Es más, aseguro que el mundo, tal como a todos los santos, le llamará loco y le hará frente con toda clase de críticas. Lo que pasa es que el mundo no sabe lo que es una llamada de Cristo; el mundo en esto no verá más que una novia que, después de cinco años, se queda sin su novio. Un novio que está loco y por eso se va a vivir a un piso donde solo hay gentes salida de la cárcel, engrifados con todos los vicios que este mundo pueda dar. El vicio de las mujeres, para estas gentes, es una cosa secundaria y sin importancia; muchos de ellos han perdido hasta la memoria, la noción de las cosas; les importa poco el decir que quien le dé para comer o para gastar en lo que sea, se acuestan con él, sea hombre o mujer. El novio de esta muchacha, llamada Carmela, que el mundo acusará de loco, de cruel y de hombre sin sentimientos, es para mí un santo en vida y, bajo este título, pienso escribir algo sobre su vida. Este es el que ha decidido entregarse a Dios por la regeneración de estos muchachos, que cuando se les trata y se habla con ellos, nota uno que aún puede revivir la Gracia que Dios infundio en ellos en el bautismo.
¡Que sabe el mundo lo que es una llamada de Cristo…! Cuando llama, no da voces, Cristo solo pronuncia una palabra… ¡Ven! Y lo dice con la mirada, o mejor dicho, lo dice con un sentido especial que solo conoce quien vive la vida de Cristo, quien vive lleno de su Gracia y quien en todo momento está dispuesto a corresponder a ese ¡Ven! de Cristo.
Sí, a ti me dirijo, en cualquier momento puedes sentir una de estas llamadas. Si quieres vivir y saber la felicidad que reporta el corresponder a estas llamadas, déjate llevar; Él te dirá hasta la hora en debes beber el agua, te limitaras a obrar lo que te diga y de esta forma se te acabaran todas las preocupaciones. Hablo así, porque yo también he oído esta llamada más de una vez. Primero uno está hecho un lio, piensa una cosa cada momento; lo que se pensó el día anterior hoy se da por absurdo y mañana se vuelve a dar por bueno. Se decide uno por un camino y de pronto frena la carrera ¿Qué pasa? estaba equivocado, lo que Dios quiere de mí es que haga esto, para luego hacer lo otro y conseguir este fin que antes no lo veía bien. La satisfacción se pinta en el semblante, va uno al templo, se sienta tranquilamente en un banco y dice uno: “Buenas tardes”, sonríe y se queda uno mirando al sagrario con la sonrisa en los labios. Así quince o veinte minutos o lo que encarte; seguro que, si en esos momentos no hubiese nadie en la iglesia, yo me fumaria un cigarro conversando con Cristo, si no lo hago es por el escándalo que esto pueda producir. Muchas veces, sin saber por qué, subo a la capilla del Centro y cuando voy subiendo las escaleras, pienso y digo: “No debería de haber nadie”, y así suele ocurrir, que no hay nadie, salvo Cristo. Entro sin santiguarme, miro alrededor y pienso: “estoy solo, es la mía”. Me siento en un banco y me pongo a hablar fuerte, moviendo las manos, riendo y contando cuatro cosas. Un día me quedé fijo al sagrario y me vino la tentación de abrirlo y ver a Cristo con los ojos de la carne…, dudé, di la idea por absurda, pero me seguía; me levanté, me acerqué y me volví a retirar; al final hice una genuflexión y salí.
Bien, ahora pienso que si yo hubiera hecho lo que pensé, hubiese visto a Cristo con mis ojos, tal como tiene que estar en el Cielo. Fui cobarde y dude, pensé en lo que dirían los hombres y esta idea me hizo hombre, desperdicie una ocasión.
José Vílchez Terrón
Manuel Vílchez Terrón
En 1961 decide no casarse y seguir el llamado de Dios.
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