12 febrero de1961
El sabor de una mirada
¿Es malo soñar? Si así es, yo estoy más que enfermo.
¿Es bueno soñar? Si así fuese, yo sería el hombre más saludable de la tierra.
¿Por qué sueño tanto y tan despierto?
Sueño con una mirada angelical: de satisfacción, de recelo, de ansiedad; un mirar que profundiza y que habla sin mover los labios. Un mirar que enternece, que da felicidad, que atrae, que no mira lo que ve, sino que busca algo más; es una mirada que busca lo más recóndito del alma, es una mirada que yo no puedo describir todo lo que encierra este mirar inquieto, que mira fijamente a los ojos sin reparar en lo que a su vista se ofrece; eso es algo que alguien podrá explicar, pero que yo no puedo.
Es una mirada de una niña que ama…, que ama sin medida, que a la par que se siente amada, recela si ese amor tendrá fin algún día. Ama por amor y con todo el amor que un amor de mujer puede dar; ama a un hombre que, a la par, corresponde a ese amor, que la mira y no se cansa de mirar, que se siente feliz con solo pensar que algún día podrá volver a disfrutar de esa mirada.
Escuche el otro día en la radio la poesía titulada: El sabor de un beso. Verdaderamente incita a dar ese beso. Yo no soy poeta, por desgracia o suerte, pero si lo fuera compondría, no uno, sino un ciento de versos y todos llevarían por título: El sabor de una mirada.
Ese beso de la poesía debe sentirse muy hondo, pero como todo lo que está ligado a la carne, deberá dejar una fiebre sexual implacable, que hará del hombre y la mujer dos animales dispuestos a anular la razón con tal de sentir el placer del beso sexual en los labios, que le haga temblar unos momentos y pida un «más», pues lo sexual nunca llena.
El sabor de una mirada, también pide «más”, pero un más que no hace temblar la carne; sino el espíritu, el alma y el corazón. Todo esto pertenece a Dios. En esa mirada de mi poesía en prosa, se descubre un mundo nuevo, un mundo que solo pueden comprender los que aman y, de estos que aman, solo podrán comprender esta mirada que hace un mundo, los que aman con amor espiritual, ocupando la carne un muy trasero lugar.
No es una cosa terrena, y por lo tanto, me declaro impotente para describirla, ya que soy un hombre terrenal, uno más que también se despeña por la corriente del pecado. Mi imaginación quiere decir más sobre esta mirada, pero para saborear este amor infinitamente dulce de esta mirada, es preciso vivirla, por mucho que yo diga, nunca podré describirla.
—Mira un matrimonio feliz y ahí verás el pedazo de cielo que Dios concedió a los hombres en la tierra.
¿Es esto verdad? B. Monsegú lo dice en su libro titulado: “¿Sabes amar?”
Si verdaderamente eso es verdad, ese pedazo de cielo será mío y de la que en mí puso toda la ilusión desde que tenía quince años. Puede que este pedazo de cielo se vea limitado por las asechanzas del mundo, ya que por mucho que yo quiera salirme de él, tengo que pensar que Dios me puso aquí, en este y no en el otro, el cual estoy seguro alcanzaremos mi Carmencita y yo.
Tengo que moverme por un camino lleno de barro y, ni que quiera ni que no, algunas gotas de ese barro salpicaran manchándome. Estas gotas de barro son las que hacen que en la tierra no pueda haber felicidad perfecta. Yo estoy convencido que el Cielo no es más que el amor, quitándole lo que tiene de carnal. Si yo, cuando estoy con mi novia no sintiera la atracción de la carne, entonces podría besarla y abrazarla, expresando el amor que, de esta manera, queda obstaculizado por esta barrera del instinto que Dios nos puso para un gran fin, pero que dificulta llegar al principal fin, que es Dios.
Se dice que Adán y Eva vivían felices y que se recreaban el uno en el otro; estaban desnudos y usaban del instinto sexual, lo cual quiere decir que Dios puso este obstáculo de la carne en cuanto pecaron, pero que la felicidad estaba en el amor sin pecado. Ahora bien, si pudiéramos borrar o quitar ese obstáculo del pecado, seríamos completamente felices como Adán y Eva lo fueron. Pero…, ¿quién se puede recrear en el desnudo de una mujer sin sentir la fuerza de atracción que arrastra? Nadie…, en cuyo caso, no hay otro remedio que evitar recrearse en esto y solo mirar adentro, al alma, a lo que es de Dios, a lo que el mundo no puede contaminar; y para mirar así hay que encontrarse con otra mirada que también mira con el alma y al alma. Este es el sentido de esta mirada, que como antes dije, yo me declaro impotente para describir.
Dedicatoria: Para que tu mirada siga siempre el curso que hasta ahora siguió. Para mi Carmencita, de tu José, con lo que dentro siente por ti.
José Vílchez Terrón

Carmen Puerta Fernández, La mirada angelical que inspira a José (Foto de 1959)
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