Web José Vílchez Terrón

Barcelona, 22 mayo de 1962

La niña que no tenía cuna

Tengo una hermosa hija, se llamará Carmencita, como su madre.

Todo ha salido a las mil maravillas, mucho mejor de lo que yo suponía; parece como si Dios quisiera colmar todos nuestros gustos y peticiones. Tuve que pedir prestadas dos mil pesetas para hacer frente a los gastos que se ocasionaban. La niña no tiene cuna a causa de que aún no he cobrado y, por lo tanto, no he podido cómprasela.

Señor, hoy te quiero pedir una cosa, es un poco rara: “enséñame a sufrir como tú quieres que sufran los que desean llegar hasta ti”. Sí, esto me hace mucha falta, tengo mucho miedo al sufrimiento, quisiera huir de él, irme lejos. ¿Qué quieres que te diga? Esa es mi realidad, no quiero sufrir. Tengo unos deseos tan grandes de ser feliz, me reportó tanta felicidad el amor, que creí que por este camino podría alcanzarla la felicidad plena, incluso en este mundo. La verdad es que me lo das todo, sin embargo, a pesar de eso, mi alma no se llena; que no me prometa nadie nada, yo solo quiero felicidad completa, eterna, para siempre.

Yo sé una forma con la que yo sería feliz y también haría feliz a mi Carmencita y a mi hijita.

Cógenos, tú puedes, remóntanos altos, muy altos, enséñanos todas las maravillas de la creación; deja que mi alma poética le vaya enseñando a mi Carmencita las cosas. Sí, nos iremos mirando en el recorrido del camino, déjame que sea yo su guía, con esto creo seríamos los dos felices. Tú lo puedes todo, ¿Por qué no me lo das? ¿Por qué…?

¿Es verdad que quieres que me gane todo eso a pulso? Dime… ¿Está el hombre obligado a ganarse su propia felicidad? Bueno… permíteme una sugerencia: “Yo sembraré hasta que tú me digas y cultivaré hasta que tú quieras, según tu plan Divino. Pero, escúchame un momento: ya sabes que no me importa no ver el fruto, cuando tú veas que tu plan está cumplido abrevia la cosa lo más posible. Francamente, quiero hacer ese viaje lo antes posible, con mi Carmencita. Prométemelo y así creo que sabré sufrir.

Tengo que echarte en cara algo: ¿Por qué has disminuido mi fe? ¿No ves que casi he estado a punto de sucumbir? ¿No te da pena de verme así? No viste, como, el otro día, estuve tentado a dejarme vencer y ser uno más del montón. Por favor, no hagas esto conmigo, acuérdate de lo que era y que, gracias a ti, soy lo que soy; no me dejes de esa forma.

Quiero proponerte un trato, a ver si te interesa: como ves hemos comenzado temprano, ella tiene 22 años y yo 24, y ya tenemos una hija. Yo me iré moviendo a tus compases, o como más te guste, como tengas proyectado. Me tienes que prometer que me aumentarás la fe y la confianza en ti; y aunque me veas caído, sabrás perdonarme. Otra cosa importante, abreviarás en lo posible tu proyecto con el fin de que, mi Carmencita y yo, no tardemos mucho en echar el prometido viajecito.

Creo entender, que has dicho que sí, espero que después no te eches atrás, ¡eh!…

Oye, otra cosa: los dos juntos; no quiero separarme de ella ni en ese momento. Ya sé que es un poco raro, pero tú sabes arreglar las cosas bien, así que, de acuerdo en eso, juntitos, a la par, el mismo día, a la misma hora. Hay muchos medios, utiliza el que quieras, el que más te guste, hazlo así. Y por hoy cerramos el trato con un apretón de manos.

Buenas noches, y hasta otro ratito.

José Vílchez Terrón

 

Órgiva, 27 abril de 2009

La niña Carmencita tuvo cuna, eso sí, diez días después de haber nacido. Esos diez días primeros tuvo que dormir con nosotros, en nuestra cama.

Los diez días habrían sido más si no hubiera sido porque Ortega, vendedor de muebles y electrodomésticos, me la vendió a plazos. Le pagaba cien pesetas al mes y, los dos meses primeros, no le pude pagar nada.

Este vendedor y yo éramos compañeros, ambos trabajábamos en la Policía municipal de caballería, en Barcelona. Se llamaba Antonio Ortega y era natural del pueblo de La Malá, Granada.

Supongo que en aquellos años le di las gracias, pero por si no fue así, se las doy ahora. Muchas gracias por aquel favor tan grande que me hiciste, Antonio.

Un abrazo para todos.

José Vílchez Terrón

1962, La niña que no tenía cuna

Carmencita, hija de José Vílchez - 1962

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