Web José Vílchez Terrón

La Bisbal, Tarragona. 24 noviembre 1979

¿Cuánto cuesta el reino de los cielos?

Un joven se presenta a Jesucristo y le dice:

—Maestro ¿qué me cuesta el Reino de los Cielos?

Jesucristo lo amó, vio en él algo joven y digno. Entonces, le dijo:

—Ve, vende lo que tienes, dárselo a los pobres y vamos juntos a conquistar la tierra para el Cielo.

Sí, el espíritu de conquista sin fronteras, sin arraigos, sin estancamientos, sin pereza, sin estar quietos, sin zapatos, sin nada.

Pedro, Juan y otros dejaron sus barcas, sus mujeres y sus hijos.

Mateo, éste era más intelectual, era más rico, más poderoso. ¿Cómo logró desarraigarse de todo?

¿Cuántos sufrimientos cuesta hacer un capital para ser ricos? Hacen falta muchos años, muchos días, muchas horas y muchos minutos; muchas mentiras, muchas trampas incalificables.

—Ven, sígueme.

Al punto dejó su trabajo y lo dejó.

Cuando la historia de los hombres se escribe, es lógico que se escriban los hechos. Pero… y lo que no hemos hecho; aquello que pudo hacerse, aquello que se quedó en el tintero, aquello que nadie conoce, aquello que ni Pedro, ni Juan, ni Mateo pudieron escribir, ni decir por que no lo supieron.

La tierra prometida que mana leche y miel. Cuarenta años de desierto es mucho para un pueblo.

Un viaje de mil leguas comienza por un paso. Un año no es un año, hasta que no pasan 365 días. Cuando se juntan muchos años de vida, es preciso contar también sus horas y sus minutos.

Ser pobre es una cosa; vivir pobremente es otra; quedarse pobre, otra. También, es diferente el ver como uno se va quedando pobre.

No sé si es que estoy viviendo el invernadero del invierno o estoy viviendo el preámbulo del tiritón. ¿Qué es peor? La verdad es que no lo sé.

Una cosa sí que la sé, tengo miedo, mucho miedo. En mi interior acepto y deseo que venga, pero al pasarlo a la práctica de la vida me están dando escalofríos, tiritones.

—El que pone la mano en el arado y vuelve la mirada hacia atrás, no es digno de mí.

—Dejar que los muertos entierren a sus muertos.

Tú conmigo ¡imbécil…! ¿O es qué no ves que eso es un asunto que no te corresponde? Vamos, camina, cuando huela seguro que lo entierran, lo queman o se lo comen. Olvídate, vamos a conquistar el mundo para el Cielo.

—Vosotros… ¿Qué decís… ¿también queréis marcharos?

—Marchar… ¿a dónde?

He ahí la cuestión: ¿A dónde, a que parte del mundo?

Decir sí quizá sea fácil, pero vivir dentro del sí los minutos y las horas que tienen los años, es muy jodido, asqueroso y poco práctico.

Realmente el miedo hace pensar en proyectos que, uno tras otro, se van quebrando, o quizás sea que se van durmiendo. Tal vez es que no son proyectos. A lo mejor no es nada.

Perdón, acaba de ocurrir una cosa grande, muy grande: mi hijo Raúl, de tres años de edad, se ha meado en los pantalones. Se ha hecho realidad aquello que tantas veces me decía mi madre: “Hijo no chinchonees más en la lumbre que te vas a mear”.

Mi hijo Raúl, que además de hijo es muy amigo mío, lleva conmigo, en la cocina de los bajos, unas dos horas. Coge un sarmiento seco, lo mete por el agujero de la estufa de leña y el sarmiento sale echando humo y fuego. Él le da vueltas y me lo enseña. Así se ha estado divirtiendo mientras yo escribía.

La primera vez le dio tiempo al niño a llegar hasta donde están los servicios, que están en la otra punta del salón, pero esta vez, cuando me ha dicho “me meo”, se estaba ya meando. Le he dicho:

—Pero hombre, estas cosas no se hacen así.

La respuesta de mi hijo Raúl no se ha hecho esperar.

—El servicio lo has puesto muy lejos, quita la cocina y lo pones ahí.

Lo he mandado al piso de arriba para que la madre lo cambie. Antes de irse me ha encargado:

—No apagues la estufa, que me quedan más sarmientos.

Un inocente juego que, a mí, jamás me dejaron hacer y que mi hijo Raúl lo está disfrutando a base de bien.

Tengo las manos cortadas a causa del el frío que hace aquí en esta finca y manan sangre de las grietas. También las tengo manchadas de grasa y del aceite del grupo electrógeno, que según se desprende de los hechos, no acaba de ir bien.

Hace poco, se rompieron tres patas; ahora tiene otra rota. Hace dos días lo tuve que llevar a Reus, porque no funcionaba. Lo arreglaron el mismo día en los talleres de Jorge, situados en la calle Alta del Carmen. Cuando lo traje por la noche, no lo pude montar. Ayer viernes lo monté con la ayuda de Antonio y no funcionó. Le habían cambiado la placa de alta tensión, el resto dijeron que iba bien.

Empecé al medio día a cambiar conexiones de las cuatro izquierda y una de la derecha, que, según lo señalado por Jesús Pascual, no estaba bien. A la primera vez no funcionó, pero a la segunda, funcionó. Lo que no logro quitar es la oscilación de la luz que tanto molesta a la vista.

Desde que este grupo se reformó, ha ido un poco mejor: se le ha cambiado el depósito del combustible, el filtro de la admisión del aire (éste se rompió dos veces), el cubre correas, la dinamo, las tres patas y el cuadro de la placa de alta tensión. Ahora tiene otra pata rota y tres tornillos pasados de rosca. Todo esto en tres meses y medio que llevo desde que lo reformaron. Por la reforma me cobraron cien mil pesetas. Me aseguraron que ahora sí que iría bien.

Quizá haga tratos con Jorge; me ha dicho que por este grupo me abona ciento sesenta mil pesetas. Me pone otro de dos pistones, quince caballos, a mil quinientas revoluciones, por el precio de trescientas ochenta mil pesetas. Con lo cual tendría resuelta mi papeleta, según él.

Según su versión, también valdrá para sacar agua del pozo grande, con una bomba de diez caballos, para sacar agua a doscientos metros de profundidad.

Todos los expertos con los que he hablado, me han asegurado que no es rentable sacar agua de ese pozo, que está muy profundo y tiene poco agua.

Si después de gastar millón y medio de pesetas en sacar el agua, resulta que no es rentable su explotación, es seguro que Dios me quiere pobre y sin compromiso. A este paso mi esposa y mis hijos acabaran diciendo que más cuerdos los hay en San Boy.

 

José Vílchez Terrón

¿Cuánto cuesta el reino de los cielos? Jesús: Ven y sígueme

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