01 marzo de 1960
Castigo brutal y demasiado rápido
Cuando castiguen, deberán de hacerlo después de cerciorarse de que hubo falta y que el que la cometió es el que va a sufrir el correctivo. Nunca deberá ser de palos o insultos, esto se queda para las bestias y animales. Se le dará una oportunidad de defensa, se le dejará hablar y exponer las razones que tuviera para cometer dicha falta; después, se obrará en conciencia y según la ley, nunca con alegría y satisfacción y menos por venganza.
Voy a intentar reproducir aquí una escena que hace poco tiempo ocurrió en la 6ª compañía. No pretendo con ello criticar a nadie, solo es mi deseo poner de manifiesto los inconvenientes que tiene obrar demasiado rápido y con el sistema del palo.
Son las nueve y media de la noche, la compañía se encuentra formada, se ha pasado lista y el furriel se dispone a nombrar el servicio. La voz del cuartelero de puertas interrumpe el acto.
—¡Compañía! El capitán de cuartel.
Entra el capitán seguido de un sargento. El teniente de la compañía le da la novedad y sin mandar descanso se disponen a observarnos. Va el sargento delante, mirando atentamente uno por uno a todos los componentes de la compañía. De pronto se para y señalando a un compañero, pronuncia una sola palabra: «Ese.»
Lo mira el capitán y le pregunta:
—¿Cómo te llamas?
—Aquilino, mi capitán.
—Bien, al romper filas, que pase directamente al pelotón de castigo —dijo dirigiéndose al oficial de semana.
Salen de la compañía y tras ellos sale el oficial, que debió de hablar lo que fuera con el capitán y el sargento. Después entró de nuevo el oficial y llamó al tal Aquilino. Este obedeció tranquilamente. Se había leído el servicio y la orden, y todos esperábamos que se rompieran filas para hablar con Aquilino y satisfacer la curiosidad que en todos había despertado.
La puerta de la oficina quedó entreabierta y por allí, con cierta dificultad, vimos la escena y pudimos oír perfectamente el diálogo. La voz del teniente retumbó.
—¡Eres un canalla!
—No, mi teniente, yo no soy ningún canalla.
—¡Como…! ¿Te atreves a negarlo?
Una…dos y tres bofetadas y la misma pregunta insistente. Como Aquilino negaba, la descarga de bofetadas y patadas fue terrible. Por quitarse aquella avalancha de encima y no sucumbir en el acto, Aquilino repitió con el teniente todo cuanto este quiso.
—Repite conmigo: soy un canalla.
—Si, soy un canalla.
—Un malcriado.
—Sí, soy un malcriado.
Así le hizo repetir a Aquilino todo lo que se le iba viniendo al pensamiento. Cuando salieron de la oficina se rompieron filas; el teniente se marchó y Aquilino comenzó a preparar el petate para entregarlo al furriel e irse al pelotón de castigo. A poco lo llaman a la puerta y le dicen que no prepare nada, que la vigilancia había cogido al causante del delito y lo había traído al cuartel en el coche.
Se acerca el teniente a Aquilino y le dice:
—Entonces… ¿Cómo me dijiste tú que eras un canalla y un malcriado y tantas otras cosas?
—De no haberlo hecho así ahora estaría en el hospital, mi teniente.
No sé lo que experimentó por dentro el oficial, cambió bastante durante unos días, aunque luego las cosas se han repetido, si no iguales, si muy parecidas.
Este caso nos muestra claramente que, salvo raros casos, se puede pegar. El castigo del pelotón se le pudo quitar a Aquilino, ya que se aclaró que fue un paisano que se había vestido de paracaidista, pero… ¿Quién le quitaba las bofetadas, los insultos y la bajeza que debía representar para él haber tenido que sucumbir y decir todo lo que el teniente quiso? No, no puede ser, mientras estos actos se repitan es imposible decir que aquí se vive bien. Le damos mucho bombo a las setecientas pesetas, a la buena comida y al traje elegante. Menos organizar bailes y mejor tratar al personal.
José Vílchez Terrón

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